¡Gracias! No encuentro mejor forma para expresar lo que ha
supuesto para mí esta segunda experiencia de verano-misión. Gracias a Dios,
porque solo Él es el artífice de todo esto; sino fuera así, ante la primera
dificultad, y dependiendo únicamente de mis fuerzas, hubiese tirado la toalla.
Gracias a mi familia, primero la de sangre, por su apoyo incondicional, a pesar
de tantos miedos y preocupaciones. También, a la familia de la comunidad
parroquial a la que pertenezco, por su oración, su confianza y su solidaridad.
Gracias a la que a día de hoy, considero también mi comunidad, a las gentes de
la Parroquia de Saint Louis de Adiake (Costa de Marfil). Gracias a las Sœur des
Pauvres, la comunidad de hermanas que nos acogieron con tanto cariño, por
tantas sobremesas y por mostrarnos la realidad del pueblo marfileño.
La experiencia misionera que este año volvió a llevarme por
segunda vez a Costa de Marfil, estuvo impregnada por varias cosas, confianza,
servicio y realidad.
Confianza plena en Dios, que como decía, es quien articula
todo este proyecto. El viaje se presentaba lleno dudas y cada nueva dificultad
no era vista como reto, sino como un punto más en el marcador del pesimismo y
la frustración. Así, por ejemplo, lo que en principio iban a ser tres semanas
de experiencia se convirtieron en cuatro y de esto me enteraba justo antes de
subirme al primer avión. De modo que la despedida a mis familiares fue muy
desesperanzadora: "me voy, ahora, no sé exactamente cuando vuelvo".
Al final toca poner todo en manos del que todo lo puede. Y no defrauda.
Servicio a los demás sin esperar nada a cambio. Y recibir
todo a través de una sonrisa. Hace unos días, ya en Tenerife, de vuelta a la
rutina, al sonar el despertador a las 6:30 de la mañana, sentí una pereza
terrible. Ya de camino al trabajo, pensaba en como había pasado un mes
levantándome a las 5:30 de la mañana, en como después de una ducha de agua fría
y la Eucaristía, nos poníamos a servir en el orfanato, dando de comer,
cambiando pañales, jugando con los pequeños... y como por la tarde tocaba
preparar juegos y actividades con los niños y jóvenes de la parroquia. Y a todo
esto sumarle el calor, la humedad, algún día de lluvia, el malestar físico, y
sin embargo, cada mañana, cada noche y en cada visita al sagrario de mi boca
solo salía la palabra: "gracias".
Realidad ante lo visto y vivido. Nada han tenido que ver
estas dos experiencias de verano-misión en Costa de Marfil. La de 2016 estuvo
bañada con tintes de sorpresa y novedad hacia la realidad humana que se vive en
Adiake. Para este 2017 quedaron atrás esos tonos más amables. La realidad
se me mostró sin matices. La vida en este pueblo es dura, llena de contrastes
entre quien lo tiene todo y quien apenas tiene, y no por ello perder la
esperanza, la alegría, una sonrisa. ¡Qué afortunados... o pobres, podemos
llegar a ser solo por nuestro lugar de nacimiento!
Y esto me hace volver al principio, a dar gracias a Dios,
por darme el don de la vida y concederme la gracia de descubrir que, una vida
gastada por y para los demás es una vida ganada.
(Leo Yanes)
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