Fue el 4 de junio de 1922, primer año del
Pontificado del que sería conocido como el Papa de las Misiones. Era la fiesta
de Pentecostés y se conmemoraba el tercer centenario de la fundación de
Propaganda Fide, la que hoy conocemos como Congregación para la Evangelización de
los Pueblos. Pío XI presidía la misa en San Pedro y en ese momento pronunciaba
la homilía, en aquella solemnidad “siempre bella, siempre grande” (así comenzó)
de la venida del Espíritu Santo, el protagonista de la misión. Pero, llegado un
momento, el Santo Padre hizo algo inesperado...
El silencio de la Basílica se hizo aún más
denso cuando todos los obispos, sacerdotes y fieles allí presentes vieron que
el Papa se despojaba de su solideo y, con él vuelto boca arriba en su mano,
solicitaba a toda la Iglesia
que ayudara a las misiones, diciendo: “Esto es lo que os pide a vosotros, a
todos sus hijos, el Vicario de Cristo. Y no duda en tender hacia todos sus
manos desde esta altura, en demanda de colaboración y socorro...”.
Todos quedaron sobrecogidos al ver al
Pontífice convertido en mendigo por las misiones. Su solideo se convirtió, de
algún modo, en la primera hucha del Domund, aunque tendrían que pasar aún
cuatro años para que él mismo instituyera la Jornada Mundial de
las Misiones, el 14 de abril de 1926.
No, él no dijo “#YoSoyDomund”, pero a casi
noventa años de distancia, ese gesto emocionante de Pío XI fue el que nos abrió
el camino para que hoy podamos nosotros decirlo con nuestra hucha azul —y,
sobre todo, con el corazón— por delante.
Rafael Santos,
Obras Misionales Pontificias España
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