Para que en las Parroquias, sacerdotes y
laicos, colaboren juntos en el servicio a la comunidad sin caer en la tentación
del desaliento, es la intención misionera o para la evangelización del Papa
Francisco en este mes de noviembre.
En un carta enviada en marzo al cardenal Marc
Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, el Papa
decía que “mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la
Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra
identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo.
Por él y con la unción del Espíritu Santo, (los fieles) quedan consagrados como
casa espiritual y sacerdocio santo. Nuestra primera y fundamental consagración
hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo.
Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá
eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los
sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el
Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y
deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del
ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el
Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la
libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como
en un templo. El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del
Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar,
discernir, debemos estar muy atentos a esta unción”.
Además el Papa, en dicha carta ponía en
guardia contra el clericalismo: “Esta actitud no sólo anula la personalidad de
los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la
gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El
clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como
“mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a
decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a
todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo
lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el
fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de
sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad
de la Iglesia pertenecen a todo el Pueblo de Dios. Y no solo a unos pocos
elegidos e iluminados”.
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