El cardenal Peter Turkson ha presidido la rueda de prensa en la que se ha hecho
pública esta mañana la encíclica del Papa “Laudato si” (Alabado seas). Junto a
él un representante del patriarcado ortodoxo de Constantinopla, John Zizioulas,
y el científico John Schellenhuber. Una encíclica que tiene como tema el
medioambiente, pero que entre líneas descubre el patrimonio espiritual de siglos
de aprecio y canto a la creación y amor por la sencillez y los simples gestos
cotidianos de tantos santos, - San José, San Basilio Magno, San Benito, Santo
Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz, Santa Teresita de Lisieux, el beato
Charles de Foucauld – entre los que el mismo Papa destaca a San Francisco de
Asís, de quien, no por casualidad, tomó su nombre como cuasi programa de
pontificado. Del canto a las criaturas de San Francisco toma nombre la encíclica
y en ella se reproduce una buena parte del mismo, adoptando en numerosas
ocasiones el lenguaje de “hermano” y “hermana” para referirse a animales y
cosas.
“Laudato
si” comienza haciendo un análisis de la situación del planeta – nuestra casa
común – en el que no faltan menciones ni a la polución, ni al problema del agua,
ni a la pérdida de la biodiversidad. Como no podía ser de otra manera, el
segundo capítulo de la encíclica se dedica al Evangelio de la creación y cómo
las convicciones de fe ofrecen a los cristianos, y a todos los creyentes,
motivaciones profundas para cuidar de la naturaleza y de los “hermanos y
hermanas más frágiles”. Los fundamentos bíblicos – la creación, Caín y Abel, el
relato de Noé, las innumerables alabanzas a la creación de los salmos - llevan
ineludiblemente a todo cristiano a una responsabilidad ante “una tierra que es
de Dios”. El misterio del universo encuentra una nueva luz cuando es comprendido
como un “don que viene de la mano abierta del Padre de todos”, en el que “toda
criatura es objeto la ternura” de este Padre. De ahí que no pueda sostenerse una
visión de la naturaleza únicamente como objeto de beneficio y de interés, porque
“el ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que Jesús propone
está en las antípodas” de esa visión.
El
Papa Francisco señala que no se trata “de equiparar a todos los seres vivientes
y quitar al ser humano su peculiar valor que implica al mismo tiempo una
tremenda responsabilidad”, tampoco implica la divinización de la tierra. De
hecho, no se puede tener ternura hacia la naturaleza si al mismo tiempo no se
tiene “ternura, compasión y preocupación por los seres humanos”. Denuncia la
incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales y ni se inmuta por la
trata de personas. Y viceversa, “es verdad también”, dice el Papa, “que la
indiferencia y la crueldad hacia las demás criaturas de este mundo terminan
siempre por trasladarse de alguna manera al trato que reservamos a los demás
seres humanos. El corazón es uno solo”.
La
coronación del Evangelio de la creación es la “mirada de Jesús”: los pájaros de
los que no se olvida Dios, a los que alimenta, los campos preparados para la
siega, la semilla de mostaza… Él, que es el logos, por quien y para quien fueron
creadas todas las cosas, y que se ha hecho carne, formando parte del “cosmos
creado”. La encarnación ha hecho que “las mismas flores del campo y las aves que
Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora estén llenas de su presencia
luminosa”.
El
tercer capítulo se dedica a la raíz humana de la crisis ecológica. El ser humano
con su tecnología ha mostrado una gran creatividad pero también un gran poder.
Dos siglos de progreso por el que debemos alegrarnos, dice el Papa, porque la
tecnología “ha puesto remedio a innumerables males”, y ha expresado nuevas
formas de belleza. Pero no se puede creer que toda adquisición de poder sea
progreso y pone el Papa en guardia contra el “paradigma tecnocrático”, cuya
metodología y objetivos se imponen a toda la realidad. No se trata de utilidad o
de bienestar sino de dominio. La especialización propia de la tecnología plantea
dificultades a la hora de tener una visión de conjunto y se acaba despreciando
todo lo que “el conocimiento ha producido en otras áreas del saber, como la
filosofía y la ética social”. La solución está, según el Papa Francisco, en la
libertad humana que es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al
servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más
integral”. Vuelve a insistir - como lo hiciera en la Evangelii Gaudium y en
consonancia con las muchas referencias de Benedicto XVI al tema – en las
consecuencias del relativismo práctico de nuestro mundo actual, y toca también
la importancia de una correcta concepción del trabajo como relación del hombre
con el mundo.
El
cuarto capítulo es un llamamiento a una ecología integral que aúne todos los
aspectos antes puestos de relieve, que abrace las causas de la contaminación, la
relación entre la naturaleza y la sociedad que la habita, y el estado de salud
de las instituciones de una sociedad, por sus consecuencias para el medio
ambiente. Se trata de una ecología que integre también el “patrimonio histórico,
artístico y cultural, igualmente amenazado”. Muy en la línea del Papa Francisco
está la “ecología de la vida cotidiana”, donde se integra el cuidado del entorno
donde viven las personas, la vida digna, la falta de vivienda, el transporte, el
propio cuerpo con su femineidad y masculinidad…
El
Papa habla después del bien común, la justicia entre generaciones, para comenzar
el quinto capítulo de la encíclica proponiendo “líneas de orientación y acción”,
como son el diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional –
lógico en un solo mundo con un proyecto común -, el diálogo en la búsqueda de
nuevas políticas nacionales y locales, que superen visiones partidistas e
interesadas, la transparencia a la hora de adoptar medidas que tengan un impacto
ecológico.
Para
todo esto es necesaria, como explica el Papa Francisco en el sexto capítulo, una
educación y espiritualidad ecológicas, que lleve a un nuevo estilo de vida, a
una alianza entre la humanidad y el medio ambiente, y que conduzca a una
conversión ecológica, que “comporta el dejar emerger todas las consecuencias del
encuentro con Jesús en las relaciones con el mundo”, a lo que ayuda el modelo de
San Francisco. Directrices de vida cristiana como la sobriedad, la vía del amor
de Santa Teresita de Lisieux, llena de pequeños gestos de cuidado, los
sacramentos, en los que la naturaleza viene asumida por Dios, y la devoción a
María, como Reina de todo lo creado… “para que venga tu Reino de justicia, de
paz, de amor y de hermosura. Alabado seas. Amén”, como concluye la oración final
que cierra la encíclica.
0 comentarios :
Publicar un comentario